29/5/15

El librero de las almas

  En las altas horas de la noche, Mho penetró sigilosamente en la casa, a través de una ventana, que audazmente había manipulado la noche anterior.
  Escuchó atentamente. La habitación estaba completamente oscura y en calma, justo lo que necesitaba. Conocía muy bien el lugar como para poder deslizarse por él sin necesidad de ninguna luz. Tomándose su tiempo, fue subiendo hacia el ático. Se detenía a cada rato, agudizando el oído por si acaso, ya que quería evitar toda posibilidad de ser descubierto por Freak, por la obvia razón de que no saldría con vida de ahí si ésta lo encontraba husmeando en su guarida. Llegando sin contratiempos al final de la desvencijada escalera, pudo moverse con más soltura y mayor tranquilidad. Arriba reinaba un silencio sepulcral y una oscuridad tenebrosa. Avanzó hasta la última puerta, de la que había escapado. Se detuvo ante ella y escuchó. Nada indicaba que hubiera alguien adentro, ninguna respiración, ni crujidos, ni nada. No le sorprendió. Daba por acertado que el cuarto no estaba ocupado en ese momento, que no había nadie allí. Lo que Mho empezaba a preguntarse era si una vez recuperado el libro, podría marcharse por su propia voluntad, vivo y a salvo.
  Abrió lentamente la puerta, convencido de que no se cruzaría con nadie. Tan seguro estaba que le tomó unos minutos percatarse de su error. Cuando lo hizo, estaba ya a unos pocos pasos del polvoriento sofá, el cual estaba siendo ocupado.
  Quiso retroceder, pero sus fuerzas los abandonaron. A través de la claraboya, entraba una suave claridad de parte de la luna. Con sus ojos acostumbrados a la oscuridad como estaba, le bastó con aquella poca luz para ver que el sofá había sido usado. Sobre el mismo había una gran frazada, y debajo de ella, algo que tenia la exacta forma de un cuerpo humano.
  Se armó de valor, se acercó y destapó el bulto. Un joven, según parecía de su misma edad, yacía muerto. Tenía las pupilas dilatas, la vista fija al techo, y la boca chorreando unas finas gotas de sangre. Horrorizado, cayó de espaldas al suelo en un golpe sumamente estrepitoso.
  No supo de dónde sacó el valor para hacerlo, pero, aunque la tensión del miedo le dominaba, se alzó de pies, fue hacia el librero, y estirando un brazo, tomó su libro, el cual estaba justo donde el imaginaba lo había dejado Freak. Cuando lo tuvo, lo estrechó fuertemente en sus brazos, mostrando que éste era su salvación. Los latidos del corazón parecían no caberle en su cuerpo. Ya solo se preocupó de abandonar la estancia antes de que ocurriera algo espeluznante.
  Caminó hacia atrás, de espaldas a la puerta, por si el cuerpo se reincorporaba súbitamente y se disponía a atacarlo. Ya afuera del cuarto, un poco más calmado, comenzó a cerrar la puerta, rogando que la misma no chirriara. En el último instante, cuando ya no distinguía al sofá ni a su ocupante, creyó percibir que algo se movió dentro de la habitación. No obstante, hizo como si no hubiera visto nada, ignorando lo que pasó.
  Mientras iba escaleras abajo, tuvo la inquietante sensación de que Freak lo observaba, con una siniestra sonrisa triunfal y oculta entre las tinieblas, como si él hubiese caído en una trampa al ingresar en su casa. Terminó descendiendo a tropezones como un ebrio, pero su problema no era el alcohol, era el miedo, mucho miedo. El libro estuvo a punto de caérsele de las manos, pero como si fuera por reflejo, dio un pequeño salto y lo apretó firmemente contra su pecho.
  Una vez en la sala principal, su única obsesión era salir de aquel lugar cuanto antes fuera posible. Un alivio inconmensurable lo invadió al ver que nadie había atrancado la ventana. Tenía la salida libre. Saltó a la calle como si su vida dependiera de ello, lo cual así era.
  Creía estar completamente a salvo, hasta que una risa demoniaca vino del otro lado de la ventana. Un escalofrío sacudió nuevamente cuerpo. Trato con todo su ser no darse vuelta, pero ella lo obligó. Y ahí estaba ella, asomada por la ventana, con su mirada penetrante, sus ojos rojizos, y su sonrisa diabólica. Toda la maldad que puedas imaginarte, reunida en tan solo el cuerpo de una maldita y adolescente chica.
  Ella lo sedujo con su angelical voz, tratando de llevarlo nuevamente a su refugio. Había planeado todo, lo dejó ir para luego capturarlo. Le gusta jugar con sus víctimas, le gustan los retos. Mho sabía que eso podría haber sucedido en cualquier momento mientras estuvo dentro de la casa, y se metió a ella aceptando su muerte, pero no esperaba que lo hiciera fuera de la misma. Él era consciente de lo que tenía que hacer, sin embargo estaba demasiado sedado por ese hermoso canto como para darse cuenta de que estaba dirigiéndose a su propia tumba. Todo parecía perdido, hasta que el libro se le resbaló y cayó al suelo. Esto lo despertó de su trance hipnótico, le hizo dar cuenta de lo que pasaba a su alrededor, y supo que tenía que elegir entre esa melodiosa voz o su vida. Escogió bien. Como si no la hubiera visto, tomó el libro con sus temblorosas manos, dio media vuelta y comenzó lentamente a caminar en dirección a su hogar.
  Freak lanzaba gritos de agonía y profundo dolor, estaba perdiendo una de sus fuentes de poder. No predijo que algo así podría le pasar, nunca nadie había escapado de sus maléficas garras. La arpía se metió adentro como si algo la jalara del otro lado, y ventana se cerró de golpe. Mho suspiró y siguió su camino. No miró ni una sola vez atrás, no debía hacerlo, nunca hay que hacerlo. Cuando ya estaba a varios metros de ese horroroso lugar, una aturdidora y desquiciada risa salió de algún sitio. La maldita seguía viva.

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